miércoles, 10 de mayo de 2017

Amor y consciencia de Dios



El concepto de fana, anonadamiento en la presencia divina, exige dominación del ego, del yo inferior, y esto supone el conocimiento acerado de uno mismo, encarnar la sentencia tantas veces repetida entre los espirituales del Islam: «Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor».
No se trata aquí de una identificación superficial, sino de la conciencia de los propios límites, que son signo, para quien sabe leerlos, de lo Ilimitado. Ese conocimiento produce temor; pero no un temor cobarde, -que Rabi`a denunciará continuamente- sino ese otro temor, principio de sabiduría y santidad, que es reverencia ante la grandeza y la maravilla, y produce adoración; en palabras de al-Qushayri: «Quien teme mucho una cosa, huye de ella, pero quien teme verdaderamente a Dios, huye a Él». 
Y dice el Corán 35.28: «Sólo temen a Dios los sabios de entre Sus siervos».

De este modo, la vía del rigor abre paso, o convive, con la vía de la belleza. O quizá se transfigura.
Asceta y sufí, Rabi’a conjuga sabiamente la tensión entre el deseo y la renuncia, el conocimiento de la distancia, que sólo Dios puede traspasar, y la espera. A la manera de canciones, sus poemas son destellos de sus largas conversaciones con el Amado, del anhelo insaciable, de desprendimiento, de su amor incondicional, pues ésa es condición del verdadero amor, amar sin condiciones; amor puro, sin porqué, amor no por miedo al castigo ni esperanza de recompensa y que encuentra en el solo amor al Amado su razón de ser. Lo contrario es el amor mercenario, amor vendido que no merece el nombre de amor.

“Dios mío, cuantos bienes me hayas reservado
en este mundo, dáselos a tus enemigos,
y cuanto me hayas reservado en el otro,
dáselo a tus amigos,
porque a mí, Tú me bastas.”

Este amor sin condiciones tiene sin embargo su condición, debe dejar fuera todo lo que no es Dios. No quiere el Paraíso, sino al Dios del Paraíso; no necesita la Kaaba, sino al Señor de la Kaaba; no los dones, sino al Dador, pues paraíso, dones y Kaaba pueden convertirse en impedimentos, en ídolos alzados frente a Dios.
Se cuenta que, en cierta ocasión, Rabi’a corría por una calle de Basora con una antorcha en una mano y un cubo de agua en la otra; cuando le preguntaron el porqué de su actitud, respondió que quería quemar el Paraíso y apagar el fuego del Infierno, para que se amara a Dios por puro amor, sin intereses mezquinos. Y, en efecto, en última instancia, preocuparse por algo, por santo que parezca, que no sea el Dios único, es, para Rabi’a, una forma de idolatría. Y esto lo extenderá a todas las esferas de la vida, llevando al extremo la aceptación de todo lo que le pudiera acontecer, expresando de ese modo su confianza absoluta (tawwakul) en Dios y rechazando poner su esperanza en ninguna criatura. A quien ama con tal amor se le revela Dios en su Belleza, ¿qué sentido tiene entonces el infierno o el paraíso?

“Dios mío, si te adoro por miedo al infierno, quémame en él.
Si te adoro por la esperanza del paraíso, exclúyeme de él.
Pero si te adoro sólo por Ti mismo, no apartes de mí Tu eterna Belleza.”

(*) Fana es el término sufí para la extinción. Que significa aniquilar el yo, sin dejar de ser físicamente vivo. Personas que han entrado este estado se dice que no tienen existencia fuera de, y estar en completa unidad con, Dios. 
Referencia: "Rabi`a Al `Adawiyya, Dichos y canciones de una mística sufí”

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