jueves, 22 de enero de 2009

El sufismo es peligroso, profundo, quebrador, vertiginoso

Bismillah...

Ésta era una advertencia amistosa que se hacía al que mostraba deseos de iniciarse en un arte para el que había que estar muy preparado.
Años atrás un discípulo permanecía en ayuno hasta 40 días como demostración de su verdadera intención de pertenecer a una Orden Sufi.

Encontrar a un maestro sufí es muy difícil.

Un maestro es la piedra filosofal con la que el aspirante convierte su corazón en oro. Topar con uno es una bendición poco frecuente.
En la actualidad, parece que los maestros abundan más que los discípulos.

En el mundo musulmán existe un tesoro extraordinario, el sufismo.

Pero, ahora, ese tesoro también está expuesto en las estanterías de los mercados. Para que algo tan delicado pudiera ser trasformado en mercancía barata había que distorsionarlo totalmente. La vinculación del sufismo al Islam ha sido suavizada hasta extremos en que incluso se les ve como antagónicos. El rigor del sufismo ha sido tan diluido que con frecuencia parece que es suficiente leer un poema de Rumi para ser un consumado experto en las honduras de una espiritualidad milenaria.

La frivolidad con la que muchos occidentales se asoman al sufismo está perjudicándolos de modo grave. Cualquiera por aquí es sufí y además maestro si ha leído un poco o, peor aún, si tiene 'intuiciones' o está 'iluminado' y disfruta de una gracia especial.

El sufismo (el tasáwwuf) es lo contrario de lo que muchos piensan.
En primer lugar, el sufismo es el Islam, es la profundización en él.
El sufismo no es anterior al Islam, ni es una 'herejía' del Islam, ni es la aportación de los 'persas' a la civilización rudimentaria de los árabes, ni nada parecido...

Presentar el sufismo como algo desligable del Islam, o algo por encima del Islam, es engañar, es buscar una clientela fácil entre quienes se apuntan a cursillos de espiritualidad y no quieren -por nada del mundo- nada complicado ni comprometido.

En segundo lugar, el sufismo no es 'esoterismo', ni 'ocultismo', ni ningún morbo de esa clase. No es una 'secta secreta', ni es la 'masonería' del Islam, ni es el patrimonio de una 'élite espiritual'.

El sufismo es mucho más serio, infinitamente más serio y de raíces más en la tierra. Para quienes se acercan imbuidos con esas ideas a auténticos sufíes se sienten descorazonados por la naturalidad con la que los sufíes son 'gentes normales' en un entorno en el que se les tiene en gran consideración. Por supuesto, el sufismo tiene una sabiduría para la que se requiere una capacidad y una delicadeza especial, como todo lo que es profundo, valioso y fruto de aspiraciones poderosas, pero nada tiene que ver eso con los remedos de disidencias místicas que se dan en Occidente.

En Occidente, la gente tiende a 'realizarse espiritualmente' escuchando sermones, discursos y conferencias. Esto es nocivo porque da espacio a los que tienen labia. El sufismo no es 'sentarse a escuchar a un maestro y quedarse embobado'. El embobamiento no cambia nada en el corazón del que escucha.

El sufismo es Yihâd, es lucha interior y exterior, es esfuerzo continuado sobre una senda exigente. El sufismo es emprender una peregrinación en la que nadie ni nada te sustituyen.
Lo dijo Ibn 'Arabi: "Salí del país de al-Andalus en dirección hacia Jerusalén. Hice del Islam mi cabalgadura, del combate mi reposo y de la confianza en Allah mi provisión...".

El sufismo no es una terapia, ni es un conjunto de ejercicios de respiración o relajación o meditación, ni es danzas exóticas y cánticos agradables, ni es sesión de cuentos, ni recitación de poemas, ni comunicación secreta de saberes herméticos, ni es la iniciación a un grupo elitista.
El sufismo es vivir el Islam con nobleza e intensidad hasta la sabiduría y hasta la paz absoluta.

Es la emoción del musulmán en el Islam.

Es su Tradición en la que cada gesto encuentra una significación abismal.
El sufismo es reconciliación con la vida y con el Creador de la vida, y es subordinación total al Señor de la vida, fluyendo en paz con su Voluntad hacedora de cada instante, es entregarse a Allah sin amaneramientos ni tonterías. Es la belleza que embriaga a los enamorados de Allah y de su Mensajero.

Para ser sufí hay que ser 'severamente' musulmán.
La palabra 'sufí' debe emplearse con precaución. Aunque se aplique mucho rigor en la práctica del Islam y de la sinceridad se está lejos de alcanzar ese grado de llamarse a uno mismo "sufí".
Una persona conciente se podrá reconocer solamente como un murîd, un aspirante, y un faqîr, un pobre vacío.
La meta es grande y el desafío real.

Quien sigue la senda del Sufismo puede que alguna vez en su vida se encuentre con un maestro, con un sháij, alguien que se apodere de él y lo arrastre hasta Allah y lo sumerja y ahogue en ese Océano de Luz. Enhorabuena a quien sea bendecido de ese modo.
Allah guía a los sinceros y a los perseverantes.

El sufismo es peligroso y arriesgado. Su carácter profundo, encierra un enigma en su centro, es un torbellino que desata en quien se lo toma en serio y quiere alcanzar sus últimas consecuencias. Se trata de un peligro hermoso, un riesgo que se asume en la contemplación de la Belleza,... es el vértigo ante lo Absoluto.

También es peligroso en un sentido negativo.
Al descontextualizar el sufismo se tiende a la creación de grupos 'exóticos' o marginales, y también sectas. Es muy fácil convertir a un maestro sufí en un gurú. Es muy fácil convertir una vía sufí en un negocio particular enajenador de mentes. Es tan fácil que casi es inevitable.

En Occidente, no hay controles con el sufismo

Es preferible limitarse a ser musulmanes sinceros y avanzar en la nobleza y en la excelencia (el Ihsân), y eso ya es sufismo, pues se ha dicho que el mayor y mejor prodigio es la rectitud, que el mayor y mejor rango espiritual es el Islam.

Lo que es aconsejable en el mundo musulmán -buscar a un maestro-, en Occidente puede llevarnos por mal camino. Es necesario estar despierto. En cualquier caso, siempre se debe tener la Ley Sagrada (Sharî'a) como criterio sólido al que acudir.

En una sociedad musulmana todo está en su sitio, todo el mundo sabe el orden de las cosas y ningún estafador perdura.
Es por ello por lo que proliferan los 'maestros sufíes' en Occidente y en proporción tal vez sean más numerosos que en el mundo musulmán, y eso es muy sintomático.
Un maestro sufí, un sháij, es algo tremendo: es alguien al que se le hacen muchas exigencias, pero en Occidente no hay ninguna.

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